Que lo nuestro era para siempre jamás, como los cuentos de princesas, donde no hay sapos, sólo perdices. Que mi príncipe azul ya no mata a mis dragones, ni tampoco espanta mis pesadillas. Que lo único que nos quedan son esos recuerdos que sólo hacen daño, y esas heridas entreabiertas que siguen doliendo como cuchillos.
Y ahora, entre horas y horas de silencio, sólo nos queda el rencor que sentimos el uno por el otro. Que cuando todo acabe, sólo recordaremos los días enteros peleando. Y, para no variar, miles y miles de horas acurrucada en mi cama esperando a que llegues y me abraces, que me digas que me quieres y que todo se arreglará, pero eso nunca pasa. Que cada día que pasa te noto más lejos, y más cerca tu ausencia. Que nunca antes había llegado a pensar en que esto podría llegar a pasarnos, en que la rutina nos atacaría una y otra vez, que nos llegaríamos a odiar, pero como mi madre dice: Nada es para siempre.
Una vez más, sólo me consuela que el tiempo pondrá a cada persona en su lugar, pero la simple idea de pensar de que esto pueda llegar a su fin duele como nunca antes podría haberlo imaginado.
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